25.7.05
Kuwait, 1991 Por Joel Turnipseed
Sufrir un bombardeo es aburrido. Al principio es emocionante, claro, cuando el cielo se llena de destellos y el desierto ruge; cuando todos lo marines, incluido uno mismo, salen asustados como cucarachas de las tiendas, sin llevar encima más que la máscara de gas, las placas de identificación y los calzoncillos. Durante la primera guerra del Golfo, en la primera noche que pasé en Arabia Saudí, tuvimos cinco alarmas de misiles Scud, y uno de ellos nos causó un buen susto porque estalló junto a todos los proyectiles de 155 milímetros que íbamos a subir a los camiones para llevarlos al frente.
La segunda o la tercera noche, en cambio, la emoción de despertarse tres o cuatro veces se convierte más bien en irritación. Imagínese acercarse al retrete portátil en sandalias y con la máscara de gas, cerrar la puerta, sentarse y oír en ese momento el aullido ronco de la primera sirena. La infantería de marina estadounidense tiene sus propias sirenas, igual que el Ejército, la infantería de marina británica, los guardacostas saudíes… incluso las mezquitas civiles, y todas acaban por sonar al mismo tiempo. Uno está cansado. Lleva toda la noche oyendo sirenas. ¿Se levanta y sale corriendo? No, enciende un cigarrillo donde está, en el apestoso retrete, y confía en que la metralla rebote contra las paredes.
Cuando comenzó la campaña terrestre tuvimos varias semanas de descanso de los Scud de Sadam. Ahora bien, en cuanto entramos en Kuwait, a finales de febrero, reanudaron su actividad con furia. Estaba escribiendo un artículo para el periódico de mi universidad, The Minnesota Daily. Mientras describía la belleza del desierto, sonó la primera alarma y la sorpresa me hizo levantar de la cama y correr a un búnker. El segundo ataque se produjo cuando llevaba dos frases del párrafo 8, y el tercer ataque, en el párrafo 10. Me quedé en mi sitio. Cuando empezaron a aullar las alarmas del cuarto Scud, mis compañeros de tienda y yo no les prestamos demasiada atención.
La bomba estalló justo encima, y la sacudida de la explosión nos dejó atontados. Gracias a alguna orden de nuestro cerebro, impulsado por la adrenalina, corrimos hasta el refugio. Después de unos minutos de estúpido silencio, nos encogimos de hombros y volvimos a la tienda.
Inmediatamente pusimos la radio para oír las noticias. No había ninguna mención de nuestro ataque, sólo la trágica información del cuartel de Khoban, en el que un Scud iraquí había matado a 28 soldados y herido a otro centenar. ¿Por qué no fueron corriendo al refugio? Tal vez porque no les dio tiempo. O tal vez porque la guerra es aburrida. Los bombardeos son tediosos. Y cuando se prolongan dejan agotados nuestros recursos interiores.
Aun así, cuando sonó la quinta alarma de Scud nos dirigimos a los búnkeres con el cerebro cansado, el chaleco salvavidas y el fusil; nada más que elementos del equipaje en el extraño viaje de la guerra.
Joel Turnipseed fue reservista del Marine Corps en la guerra del Golfo de 1990- 1991. Es el autor de “BAGDAD Express: a Gulf war memoir”
A juggler IN THE MOON 1:28 a. m.
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2 Comments:
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